Este blog tiene como objetivo compartir reflexiones y opiniones relacionados con las Determinantes Sociales de la Salud.
El caso sobre el cual se centrara la atención sera :
"Mujeres indígenas: un análisis de su salud desde el enfoque de los determinantes sociales"
Mtra.
Cristina Caballero1, Mtra. Margarita Márquez Serrano2 y
Mtra. Rosibel Rodríguez Bolaños3
1 Ministerio de Salud
Pública de Paraguay, Universidad Católica de Asunción campus Itapua,
Universidad Nacional de Asunción.
2 Centro de Investigación
en Sistemas de Salud, Instituto Nacional de Salud Pública
3
Centro de Investigación en Salud Poblacional, Instituto Nacional de Salud
Pública
En
la actualidad, en muchos pueblos indígenas la mujer es cabeza de familia,
Eugenia es un ejemplo de ello. Un recorrido por su historia nos revela que son
múltiples los determinantes sociales que afectan a su salud y que la han llevado a padecer de úlcera
gástrica, dolores osteoarticulares
generalizados (consecuencia de violencia intrafamiliar), hambre sistemática,
abuso sexual y finalmente depresión mayor.
Eugenia ha sufrido explotación desde
los 8 años y agresiones a repetición desde su primera infancia. Posteriormente
violencia por parte de patronos, de su ex esposo y de policías corruptos que la
perseguían sólo por ser vendedora ambulante. Su hija mayor, hoy indígena
adolescente, sufrió un politraumatismo como consecuencia de una golpiza que le
propinaron cuando niña los compañeros de una escuela pública de primaria en
respuesta a situaciones de racismo. Su esposo también indígena Kichwa, separado
de su núcleo familiar inicial, hoy se encuentra conviviendo con otra mujer, con
quien tiene otro hijo y sufre de demencia de probable origen alcohólico.
Cuando niña, en la provincia del
Imbabura, en un área rural alejada, Eugenia era sometida en su propia casa a
trabajos forzados para su edad. Desde los 4 años cargaba agua, leña, lavaba
ropa, entre otra actividades. Su madre, trabajaba lavando la ropa de la
comunidad y ocasionalmente era llevada por traficantes de mujeres a la ciudad
capital, Quito, para prostituirse y trabajar como empleada del servicio en
casas de familias “prestantes” de militares mestizos. Éstos la violentaban
permanentemente, principalmente en sus momentos de embriaguez y por parte de los jóvenes universitarios
mestizos, quienes se desquitaban con los indígenas como queriendo desprenderse
de sus raíces indígenas y como queriéndose separarse, desde su condición de
clase media-alta, de un irremediable contexto de país subdesarrollado.
El padre de Eugenia era alcohólico y
fabricante artesanal de textiles, pero como consecuencia de su adicción había
alquilado y perdido los dos telares manuales que heredó de su padre. De noche y
a escondidas le robaba muchas veces el dinero que su esposa ganaba lavando ropa
y violentaba frecuentemente a su hija, llegando incluso a abusar sexualmente de
ella. Eugenia recuerda que durante su niñez la pobreza extrema les impidió
probar durante mucho tiempo la carne y pasaba hambre.
Desde los 6 a los 8 años, Eugenia
trabajó en varias fincas y haciendas, realizando labores pesadas tales como tostar y moler hasta dos
toneladas de maíz, lavar piscinas, tapetes y porquerizas, y con remuneración en
comida, ropas usadas y ocasionalmente algunas monedas. A esa edad y a través de
estos trabajos ella le llevaba comida al resto de la familia. Las monedas que
se ganaban las ahorraba, a tal punto que cuando estaba interna en alguna finca,
y le descubrían las monedas, los mestizos la insultaban y le recordaban su baja
posición como indígena y por lo tanto posible ladrona. En otros casos su padre
le robaba las monedas para comprar bebidas alcohólicas.
Cuando cumplió 8 años, sus padres la
obligaron, a cambio de alguna suma de dinero, a trabajar en la casa de un
coronel en la ciudad de Quito, en donde le continuaron pegando de manera
sistemática, produciéndole en varias ocasiones fracturas. Sólo la hija mayor
del coronel, quien estuvo estudiando algunas carreras de ciencias sociales en
la universidad pública de Quito, le reclamó a su padre por la violencia a la
que estaban sometiendo a esta indígena, tanto la señora como los demás hijos de
la casa. Cuando le preguntaba a la señora de la casa, una persona no indígena,
que por qué le pegaba a la niña indígena, ella respondía que no sabía, que la
perdonara, que era como si se le olvidaban muchas cosas y terminaba
desquitándose con ella.
Después de varios años en esta
situación y de múltiples reclamos, el coronel llevó a Eugenia de regreso a la
provincia del Imbabura, en Otavalo, Ecuador. Para esa época ya se estaba
pasando la voz sobre las oportunidades laborales, a través de la fabricación y
el comercio de artesanía y productos textiles, que se estaban dando en Colombia
y específicamente en Bogotá para los indígenas Kichwas. Sabiendo de lo
anterior, la entonces joven indígena pensó en viajar de alguna forma a Colombia
para encontrar alguna solución. Sin embargo pasaba días y noches llorando sola,
cuando después de trabajar se encontraba con su padre borracho y sin comida
suficiente. Para esa época presentaba dolor en el epigastrio tipo ardor casi
todos los días y los remedios naturales que le administraban sus abuelos no
funcionaban bien, porque según ellos, también le faltaba la comida natural, que
las solas hierbas y rezos no eran suficientes.
Ellos le contaban que ya las cosas
no eran como antes, que los trabajos de una petrolera habían dañado los caminos
y los campos y que los jóvenes se habían ido para la ciudad. Decían que ya no
era fácil vivir en el área rural porque no se conseguían ya todos los alimentos
naturales y tampoco los nuevos productos que se necesitan de la cuidad.
Eugenia se encontró con la
oportunidad de un trabajo como ayudante de textiles en la ciudad de Quito,
donde le prestaron dinero y una mercancía para aventurarse en Colombia. Pero
cuando estaba pasando la frontera Colombo-ecuatoriana como ilegal para no pagar
impuestos, la requisaron y le quitaron toda la mercancía que llevaba. Fue así como
se devolvió donde el amigo, otro indígena que había logrado colocar una tienda de textiles en la
capital, y le contó muy triste lo que había pasado. Le tocó trabajar un tiempo
en la capital, en donde sufrió nuevamente los efectos de la discriminación y la
violencia racista, así como el abuso sexual nuevamente por un grupo de jóvenes
quienes sabían que la joven indígena, que casi no hablaba el idioma español,
sino lengua Kichwa, no tendría credibilidad y sería fácil intimidarla para que
no contara nada. Fue así como sola, como siempre se había sentido, trató de
buscar ayuda en un centro de atención primaria en salud, pero le cobraban una
cuota y sólo pudo asistir hasta que ahorró lo suficiente.
Eugenia comenzó a escuchar las
propuestas de nuevas iglesias que atraen con su fanatismo a mucha población que
ha sido víctima de situaciones adversas. La joven Kichwa ingresó a la iglesia
de los mormones, donde le dijeron que la medicina tradicional indígena era
brujería, que era del diablo y que no podía llevar a cabo ninguna de las
prácticas de curación con el Cuy, el huevo, entre otras y que tampoco podía
buscar ayuda en los Yachacs o curanderos. Le dijeron que era pecado y por eso
no volvió a practicar algunas de las enseñanzas de sus abuelos.
Como consecuencia de las situaciones
de abuso sexual presentó sangrado vaginal, continuaba con el dolor abdominal en
la región del epigastrio y lloraba sola permanentemente sin ganas de hacer nada
en una esquina de la casa del indígena que tenía la tienda.
El médico que la atendió
inicialmente, que en realidad era un estudiante de medicina en su año de
práctica, le diagnosticó gastritis crónica y depresión. Le dio recomendaciones
de la dieta, que no podía cumplir por falta de recursos. Le regaló unas
tabletas de un medicamento llamado ranitidina (como era un dispensario de un
barrio pobre no tenían omeprazol que era el más indicado) y le dio una orden
para cita con psiquiatría. Sin embargo, no pudo conseguir los medicamentos,
cuando se le acabaron los que le regaló el médico y no supo cómo, ni con qué,
pedir la cita con psiquiatría. Sobre la situación de abuso sexual, tuvo miedo y desconfianza de
contar que estaba sangrando, pensó que a una mujer indígena que no hablaba bien
el español nadie le iba a creer y así pasó el tiempo.
Posteriormente Eugenia le presentó
una solicitud de préstamo al dueño de la tienda, quien le entregó una mercancía
en consignación que finalmente logró pasar por la frontera, en el puente
Rumichaca. Fue así como llegó a Colombia, en busca de la posibilidad de
comerciar de la que tanto se hablaba en Ecuador. Después de estar unos días en
Popayán, perseguida por la policía por las ventas ambulantes, llegó a Bogotá,
en donde le robaron varías veces la mercancía y tuvo que aguantar hambre. La
policía le decomisó la mercancía y no se la entregó completa, porque según
ellos, ella no tenía derechos porque era indígena y además venía del Ecuador.
En Bogotá, no la atendían en los
hospitales a menos que pagara la cuenta como particular, además ella no
entendía bien el español y sentía pena porque no le entendían tampoco su idioma
Kichwa. Por esta razón, ella optaba por comprar ocasionalmente las tabletas de
ranitidina en la droguería cuando tenía algunos pesos, después de pagar el
arriendo y la comida. Sin embargo, el dolor abdominal aumentaba y en una
ocasión que comenzó a vomitar sangre, los vecinos la llevaron de urgencias a un
hospital público, en donde le hicieron una impresión diagnóstica de úlcera
gástrica, le administraron líquidos endovenosos, analgésicos y le ordenaron una
endoscopia por consulta externa, la cual no supo cómo hacerse, ni con qué
recursos. A la salida de urgencias, le dijeron que le tocaba pagar un
porcentaje de la cuenta y, como no tenía dinero, la única opción fue firmar un
pagaré o título de valor, con lo cual quedó endeudada con el hospital.
Esta situación la tenía muy
presionada y apenas alcanzaba a reunir para comer y pagar la renta de un cuarto
en un inquilinato en el centro de la ciudad, donde también vivían otros
indígenas Kichwas. Muchos de ellos estaban en la misma situación, escapaban
frecuentemente de la policía, ya que estaba prohibido vender textiles en la
calle. Supo de otro indígena que había llegado hace más tiempo y tenía
conocimientos de medicina tradicional indígena Kichwa, que había aprendido en
el Ecuador. Le dijeron que él era el curandero y que le podía ayudar con sus
problemas. Ella buscó al Yachac, o médico tradicional, y después de conversar
con él, realizaron unas sesiones de curación utilizando algunas hierbas, un Cuy
y un huevo.
Pasando unos meses, ella se casó con
otro indígena Kichwa que trabajaba vendiendo textiles. Rápidamente Eugenia
empezó a recibir insultos y golpes cuando el hombre indígena llegaba borracho.
Ella había quedado embarazada y se escapó de la casa. Aumentó sus niveles de
depresión y se intentó suicidar tomándose un frasco de insecticida. Una
compañera indígena la encontró tirada en el piso. Eugenia perdió su bebé, pero
ella sobrevivió.
Se encontró con su esposo y
volvieron a vivir juntos. Aunque él seguía bebiendo y golpeándola
ocasionalmente, ella continuó cerca por razones económicas. Ella se
entrevistaba regularmente con el médico tradicional y encontraba alivio con sus
curaciones. Pero su regreso, junto con otros indígenas Kichwas a la iglesia
Mormona, la alejó nuevamente de la medicina tradicional.
Fue así, como Eugenia dejó de
asistir al médico tradicional y tampoco tenía seguimiento médico adecuado. Quedó
nuevamente embarazada, pero ahora su esposo la dejó, ya que él no había ingresado
a la iglesia Mormona. Asumió el embarazo sola, trabajando hasta el último
momento y sin ningún control prenatal. El parto fue domiciliario y atendido por
una partera Kichwa. A pesar de la experiencia y recomendaciones de la partera,
su bebé tuvo una infección en el ombligo, una onfalitis, ya que su madre tenía
que seguir trabajando mientras atendía a la niña. Fue así, como nuevamente
requirió los servicios de un hospital para la hospitalización de su bebé, la
cual tuvo dificultades en la autorización de los antibióticos, por lo altos
costos. Sin embargo y con la ayuda de otros indígenas Kichwas, quienes ya se
estaban organizando para formar un cabildeo,
pagaron el porcentaje.
Posteriormente, Eugenia ha crecido
como cabeza de familia, sosteniendo económicamente a su hija, quien recibió una
golpiza por compañeros del colegio por que la rechazaban y discriminaban debido
a su apariencia indígena. Su esposo que dejó el núcleo familiar, continuó
bebiendo y actualmente padece una demencia alcohólica.